martes, 29 de marzo de 2011

Un profesor escribe una carta al Ministro de Educación. Una critica constructiva, que opinan?

Carta al Ministro de Educación de Hispanistán, o por qué el debate educativo es un fraude

angel-gabilondo

David López Sandoval
Señor ministro:
Cada vez que aparece usted en los medios de comunicación me asalta un sonoro bostezo. Ya ni siquiera me suele exasperar sino que me aburre infinitamente. Lo siento, pero nunca he creído que pudiese cambiar algo en este gigantesco despropósito que es la educación. Para mí, usted siempre ha sido un sinsustancia, y su discurso un grandísimo coñazo.
Sin embargo, como se descolgó en plenas vacaciones con su Plan de Acción 2010-2011, una suerte de refrito de aquel otro refrito que fueron las propuestas para el malogrado pacto, y ahora parece que desea el apoyo mayoritario del Congreso para llevarlo a cabo, he decidido malgastar mi tiempo prestándole un poco de atención. Por eso le voy a confesar algo: que aparezcan su jeta y su florido verbo haciendo alarde de lo consabido; que su homilía de lo susodicho, que su huera pedagogía del hastío y del spleen sean aplaudidas por los sindicatos -otros muermos, como usted- me importa una higa. Pero que, siempre que hay ocasión, se elogie su voluntad incorruptible de consenso o que usted mismo aproveche para alardear de su búsqueda incansable del debate educativo, de su esfuerzo sobrehumano por la causa de ese servicio público -¿es así como lo llama?- que es la educación y por potenciar, cómo no, la dimensión social de la enseñanza, ha terminado por provocarme tanta vergüenza, tanto bochorno, que creo que sólo puedo aliviarme poniéndole a tiro.
Así que hoy, por ser este el primer artículo que se publica tras las breves vacaciones que los del blog nos hemos tomado, voy a hacer un esfuerzo por desenmascararle, don Ángel, y por poner en evidencia que su cantinela del debate y del consenso -como la de aquellos hunos que le bailan el agua, y aun la de esos hotros que intentan ocupar su poltrona azul para seguir haciendo lo mismo que usted- no sólo es insoportable levedad del ser, sino que esconde un panorama tan inquietante como desolador.
Y porque, como ya le he señalado, en el fondo me aburre soberanamente el tema y me aburre su persona en especial, lo haré mediante estos breves y rápidos aforismos que voy pergeñando a salto de mata, entre bostezo y bostezo.
Va por usted.
1. Según su excelentísimo ministerio y todos los hispanistaníes de bien, la educación es un servicio público.
2. Pero, si la educación es un servicio público, se supone que sus actividades han de tener, en su mayoría, titularidad pública.
3
. Que sus actividades posean, en su mayoría, titularidad pública quiere decir que los centros educativos deben ser, en su mayoría, estatales.
4. Y que los centros educativos hayan de ser, en su mayoría, estatales, significa que siempre se considerará al Estado, organizador de ese servicio público, como la entidad que mejor dispone de los recursos educativos, es decir, el dueño, casi en exclusiva, de la verdad educativa.
5. Ergo, si el Estado es el dueño, casi en exclusiva, de la verdad educativa, ha de aceptarse el hecho de que este se erija como el único fiador, no sólo de los contenidos que han de impartirse, sino de los valores educativos que deben acompañarlos.
6. Ahora bien, son los sucesivos gobiernos los encargados de legislar -sí, aquí en Hispanistán, muerto Montesquieu, los gobiernos también legislan- y administrar dichos contenidos y valores.
7. Pero estos gobiernos no son sólo administradores de la cosa pública sino que, al mismo tiempo y sobre todo, son los delegados de sus respectivos partidos políticos, los cuales -¡cosa portentosa!- están financiados por el Estado.
8. Al ser los partidos políticos -el suyo, por supuesto, pero también el del señor Rajoy, el del señor Lara o el de la señora Díez, no se preocupe- órganos financiados por el Estado, resulta absolutamente normal que la influencia en la educación de la cúpula de la secta partidista de turno sea mucho más decisiva que la de, por ejemplo, los profesionales de la enseñanza o la de cualquier otro ciudadano ignaro y miserable sin carnet de afiliado.
9. Con un panorama así, el influjo de los partidos políticos en la educación de Hispanistán tiene que ser, por narices, ideológico.
10. Pero esta base ideológica suele mostrar siempre dos fachadas: a) la propia del Estado al que representan los partidos políticos, b) la propia de la secta política que alcanza el poder.
11. A la primera pertenece la afirmación antes citada: «la educación es un servicio público». De ella se derivan todos los demás dogmas incontrovertibles de la realidad educativa actual que han rebajado la cota de excelencia a niveles tercermundistas: extensión de la educación básica obligatoria, educación inclusiva, atención a la diversidad, competencias básicas, etc. Si la educación es un servicio público, dirigido a la totalidad de los miembros y de las miembras de una sociedad, dichos axiomas -a pesar de su notorio fracaso- serán considerados como verdaderas conquistas sociales. A partir de ahora únicamente se podrá entender el concepto de servicio público como alta -o rastrera, tanto monta-  ingeniería social.
12. A la segunda pertenece la llamada “educación en valores”.
13. No existe secta partidista inserta en el Estado y subsidiaria del sistema al que representa que ponga en duda la categoría servicio público ni ninguna de sus derivaciones, pues este consenso resulta necesario para afianzar el sistema.
14. El sistema posee varios pilares inconmovibles -monarquía, partidocracia, inseparación de poderes, régimen electoral, vertebración territorial, sistema productivo, etc.- de los que la educación es uno de los más importantes ya que es previo a los demás. Su naturaleza de servicio público ofrece tantas garantías de control -en forma de servidumbre voluntaria- como las que brinda el cañón de un revólver que apunta directamente a nuestra cabeza.
15. Por otro lado, en Hispanistán el consenso está tan consolidado que incluso se ha asegurado la complicidad de los sectores privados de la enseñanza, perros fieles que, al recibir también subvenciones del Estado, nunca han mordido la mano de sus amos ni cuestionado sus verdades de fe. El arraigado consenso educativo está, así pues, por encima de cualquier ideología partidista, pero, sobre todo, por encima de cualquier legislatura.
16. La educación en valores varía según el partido que esté en el poder. La de Hispanistán ya la conoce hasta el más tonto de mi pueblo: la educación religiosa, la educación para la ciudadanía, la memoria histórica, la educación sexual, la educación para una alimentación sana, la educación no sexista, etc. Estos son los únicos argumentos que pueden trascender a la opinión pública y que configuran el espejismo democrático del debate educativo. Su objetivo es desviar la atención del consenso educativo.
17. Este consenso educativo jamás ha sido exigido por los ciudadanos.
18. Este debate educativo jamás ha sido suscitado por los ciudadanos.
19. Tanto el consenso educativo como el debate educativo son, por tanto, creaciones de los aparatos del Estado. Llamo aparatos del Estado a los partidos políticos subvencionados, a los sindicatos subvencionados, al búnker pedagógico subvencionado, a las asociaciones de padres subvencionadas, a los medios de comunicación subvencionados y a las congregaciones religiosas subvencionadas…, es decir: a todo Cristo.
Así pues:
20. si el debate educativo -del que usted es el campeón, según sus paniaguados verticales- es la consecuencia de la voluntad de poder de esas oligarquías estatales que le han dado a usted la famosa cartera de Heducación y no refleja las necesidades ni los intereses de la sociedad;
21. si el debate educativo sirve para afianzar y justificar la voluntad de poder de esas oligarquías estatales que le obligan a usted a llenarse la boca con la consabida mierda de toro mediante posiciones aparentemente enfrentadas que intensifican la sensación de pluralidad y de democracia;
22. si el debate educativo, en definitiva, es uno de los hologramas que mejor representa la impostura política, y en él, el viejo axioma artístico de Oscar Wilde: «una verdad es aquello cuya contradicción también es verdadera», ha de ser sustituido por este otro adagio que suelen callar los ingenieros sociales que mejor sirven a su excelentísima persona: una mentira es aquello cuya contradicción también es falaz;
23. el debate educativo no existe, señor Gabilondo, y usted debería haber dimitido hace mucho tiempo. Por embustero.
Atentamente,
David López Sandoval.